VII
En tanto, he aquí que la mujer que por largo tiempo habíame servido para disimular mi pasión hubo de partirse de la susodicha ciudad y pasar a muy luengos países; por lo cual yo, al quedarme sin la excelente defensa, me desconsolé más de lo que hubiera podido creer al principio. Y pensando que si yo, de algún modo, no manifestaba dolor por su partida, las gentes hubieran advertido pronto mi fingimiento, decidí poner mis sentimientos en un soneto, que transcribiré, por cuanto mi amada fue causa inmediata de ciertas palabras que en tal soneto firguran, según advertirá quien lo conozca.
[...]
Vosotros que de Amor seguís la vía,
mirad si hay lacería
que se compare con mi pena grave.
Escuchar mi clamor, por cortesía
y en vuestra fantasía
ved que soy del penar albergue y clave.
Diome el Amor por grácil hidalguía
-que no por virtud mía-,
una vida tan dulce y tan suave,
que a menudo la gente, nada pía,
detrás de mí decía:
"¿Por qué ese pecho de la dicha sabe?"
Pero he perdido ya el fácil acento
que el Amor me prestó con su tesoro;
y tanto lo deploro
que aun para hablar carezco de ardimiento.
Mostraré, pues -cual quiene en desdoro
ocultan por vergüenza su tormento-,
por de fuerza, contento,
mientras por dentro me destrozo y lloro.
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