VIII
Poco después de partirse la hermosa dama plugo al Dios de los ángeles llamar a su gloria a una mujer joven y de muy bello aspecto que en la supradicha ciudad era muy estimada. Viendo yo su cuerpo yacente sin el alma entre otras muchas mujeres que llorban lastimeramente, recordé que habíale visto en compañía de mi gentilísima amada, y no pude contener algunas lágrimas. Así llorando, decidí dedicar, unas palabras a su muerte, en virtud de haberla oído alguna vez con la dama de mis pensamientos. Algo de ella apunté en las postreras palabras que escribí, como verá claramente quien las lea. Fue entonces cuando compues estos dos sonetos [...]
Puesto que llora Amor, llorad, amantes
al escuchar la causa del lamento.
También las damas, con piadoso acento,
como el Amor se muestran sollozantes.
En mujer de bellezas relevantes
la muerte vil ha puesto su tormento,
ajando, no el honor, que es macilento,
sino tales bellezas, más brillantes.
Pero hízole el Amor gran reverencia,
pues yo le vi de veras, no apariencia,
gimiendo cabe el techo tremebundo.
Y a menudo a los cielos se volvía
donde ya para siempre residía
la que no tuvo par en este mundo.
[...]
Muerte vil de piedades enemiga,
de pesares amiga,
juicio que se resuleve pavoroso,
ya que heriste mi pecho doloroso,
acude presuroso
y en tu daño mi lengua se fatiga.
Si de merced te quiero hacer mendiga,
conviene que yo diga
tu proceder, que siempre es ominoso;
no permanece a gentes misterioso,
más no hallaré reposo
hasta que el mundo amante te maldiga.
De la tierra arrancaste con falsía
cuanto a una dama embelleció galana:
su juventud lozana
tronchaste cuando amante florecía.
Su nombre no diré; solo diría
su virtud y su gracia soberana.
Quien al bien no se afana,
jamás espere haber su compañía.
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