Continuo contando nuestras peripecias en Londres.
Empezamos la mañana del sábado 4 de octubre tomando el desayuno continental que nos prepararon el Hotel Hollingbury, vamos, cereales (que no los suelo tomar y no me gustan), zumo de naranja, café y tostadas (de pan bimbo, que a los dos minutos está mas fría que la Reina de Inglaterra). De allí al metro y parada en Enbankment, junto al río Támesis, en la orilla norte, desde donde había unas vistas impresionantes a la zona moderna de Londres.
Paseando fuimos al London Eye (Ojo de Londres) que es la famosa noria que construyeron con motivo de la entrada al nuevo milenio y que, dado el negociazo que suponen los 15,00 pounds por cabeza que cuesta subirse, decidieron mantenerlo. En el camino desde el puente hasta el London Eye, habían muchos mimos de los modernos, de esos que imitan a estatuas y las primeras vistas del Parlamento, mas conocido por su torre, el Big Ben.
Posando junto al London Eye y aprobechando las vistas desde esta orilla
Junto al London Eye había una exposición de obras en bronce sacadas de pinturas de artistas españoles, de entre ellos Dalí.
Las mejores vistas del Parlamento, están, sin duda, en la otra orilla de la que está el Big Ben, es decir, la sur y el puente que cruza el Tames River está llena de gente haciéndose fotos con la torre al fondo. La verdad que es una estampa única, aunque, debo admitirlo, aún sabiendo que estaba en Londres, no tenía la sensación de estar en un sitio extraño, vamos, que era como si paseara por allí todos los días, pero lo que si os aseguro es que se me quedó cara de tonto (ya se, la tengo siempre) cuando vi por primera vez Londres, cuando llegábamos volando en el avión: fue increíble como se distinguía perfectamente el río Támesis entre las luces de la ciudad.
Tras haberle dado la vuelta al Parlamento (mención especial por el goticazo que supone la obra, que si no lo sabéis, es el estilo artístico que mas me gusta), nos dirigimos a la Abadía de Westminster, que está junto al Parlamento, pero entre que había que pagar 12,00 pounds para entrar y que tan solo quedaba cosa de media hora para poder verla, decidimos coger rumbo a la Catedral de Westmister, que está cerquita y hay que dar un paseo muy agradable.
La Catedral de Westmister es la catedral católica de Londres y está realizada en estilo bizantino. Un estilo al que en España estamos muy poco acostumbrados a verlo y entenderlo. Aunque la Catedral estaba en restauración, con andamios por todas partes, pero todo muy recogidito, pudimos observar que realmente es un lugar encantador, con las paredes recubiertas de mosaicos y con capillas dedicadas a obispos y cardenales de relevancia para el país.
Tras la Catedral de Westmister, parada para comer en un McDonald cercano y rumbo al Buckingham Palace a ver los típicos guardias del palacio con sus gorros de piel de oso (jejeje, así los definió mi amigo Jesús Obregón), puesto que Su Graciosa Magestad no se dignó ni asomarse al quicio de una ventana para saludar. La próxima vez será.
De ahí decidimos darle una vuelta al jardín del Palacio de Buckingham y bajar por Constitution Hill hasta la Plaza del Duque de Wellington y de ahí hasta la Estación de Victoria. Esta estación es grandísima y parece como si hubiese sido una plaza que con el tiempo han techado mediante acero y cristal para integrarlo todo en la Estación. Precioso, vamos. Allí tomamos café en un Starbucks Coffee y compramos las típicas galletas de chocolate con mermelada de naranja amarga en un Marc&Spencer y decidimos coger un bus hasta el Tate Modern: mueso de arte moderno en el que pudimos ver una gran cantidad de obras modernas, entre ellas Picaso, Miró y Dalí, así como Linchtenstein, entre otros.
Al salir, que estaba lloviendo, la segunda vez que nos llovía, puesto que en la puerta del Buckingham Palace así estaba también, vimos que al otro lado del Támesis estaba la Catedral de San Pablo, y decidimos acercarnos, y mientras cruzábamos por la pasarela vimos el Puente de la Torre de Londres.
En la Catedral de San Pablo
La Catedral estaba cerrada y decidimos acercarnos al Puente de la Torre en bus. Al bajarnos, lo hicimos en dos o tres paradas antes de tiempo, puesto que el autobús que cogimos no daba indicaciones de las paradas siguientes. Se levantó un frío que cortaba el mármol y contra mas nos acercamos al Puente mas frío hacía, así que en la base norte del Puente, que había una parada de autobús, nos subimos para ir al centro y cruzarlo, en vez de a pie, en bus.
Agotamos el autobús hasta que llegó al Covent Garden, lugar que antiguamente era un mercado y ahora está techado como la Estación de Victoria. Y de allí en metro hasta Picadilly Circus, para cenar en un Burguer King que hay en la plaza Leicester. Y a continuación, al Hotel.
Decir que este día fue increíblemente completo, ya que, poca gente es capaz de ver tantas cosas como vimos nosotros en un solo día. Y no penséis que lo vimos todo de pasada, en cada monumento, en la Noria, etc. echamos todo el tiempo que quisimos. Un día, cansado en definitiva, pero mereció la pena.
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