Hoy el sol ha entrado por el ventanal de mi salón que da al balcón. El calor que ofrecía y la brisa que entraba me recordó al calor veraniego de agosto del Estrecho de Gibraltar, cuando montado en uno de los barcos que hacen el camino, entro por la bocana del puerto de Tánger y empiezan a aflorar los olores morunos.
Desde esa barandilla, la ciudad, imponente, se deja escurrir por la montaña. Las torres de la Catedral y la Mezquita Mohamed V en lo alto, la medina al medio, la Kasbah a la derecha y el Hotel Continental a la falda de la colina.
Hoy mi mente y mi corazón han regresado allí, me han entrado de tomar un té a la menta (shai agdar) en el Café de París o en el Gran Café Central, tomar un cuscús en el Annajma o unas tapas en el Corazón de Tánger. El postre, siempre que no sea lunes, en la plaza 9 de abril a las puertas del Cinema Riff en la terraza del bar de la Cinemateca de Tánger.
Pero al terminar de asomarme al balcón veo a lo lejos Vila Real.... qué ganas de Vila Real tengo!!! Pillar el ferri y ver las medusas del Guadiana desde la proa.
Ahora que lo pienso, a mis dos lugares preferidos se llega en barco.
El café en Puro Café siempre sabe bien; el paseo por la calle Teófilo Braga, aunque el comercio no cambie en veinte años, siempre te sorprende por la gran cantidad de gente que pasea por allí; ir a comprar el pan a Padaria Vila e Mar y dejarse embriagar por el perfume del pan recién hecho; recorrer el empedrado del paseo marítimo y saludar al viejo y remodelado Hotel Guadiana y un poco más adelante esa casa que siempre me ha gustado imaginar que compraba y convertía en un hotelito boutique...
En definitiva, qué ganas de que se acabe esto y poder volver a sentirme libre.
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